Pulse el botón. Espere verde

Esta frase o similar es la que durante décadas hemos visto en los semáforos de nuestras ciudades, vendiéndonos el placer de ser amos del tráfico por un momento. Nada más lejos de la realidad, y es que estos botones han sido durante mucho tiempo simples placebos concebidos para calmar las prisas de los viandantes. Hoy día la cosa ha cambiado.

En la actualidad, entre otras mejoras sufridas por los semáforos, destacan: la incorporación de luces led a los mismos y hacer que estos botones peatonales funcionen.

Estos magníficos botones se han instalado sobre todo en semáforos situados en pasos de cebra que por defecto está continuamente en ambar intermitente. El problema, como para casi todo, es el uso que se le dé. En muchos casos su uso es indiscriminado, sintiendo el peatón necesidad de pulsarlo cual autómata aún sin haberse cerciorado de si es necesario o no. Tras pulsarlo el peatón mira, no vienen coches y cruza. Una vez que el peatón ha cruzado, el semáforo se pone en rojo y los coches deben detener su marcha sin necesidad alguna (salvo que casualmente crucen nuevos peatones).

Las consecuencias de instalar este tipo de botones sin añadir un control electrónico paralelo que compruebe si efectivamente hay tráfico y es necesario que el semáforo se ponga rojo son bastante negativas para los conductores, que ven como su consumo de combustible aumenta y además pierden el tiempo en semáforos en rojo donde no hay peatones. Esta circunstancia se da principalmente en largas avenidas donde este tipo de semáforos con botón son una plaga.

Los semáforos son necesarios, pero tal vez deberían optimizar más su funcionamiento, por nuestro bien y por el del medio ambiente, ya que un coche en marcha parado sin necesidad también está contaminando.